Enero de 2003.
La utilización de la preposición "de" para referirse a un año del nuevo milenio generaba en mi gran resquemor durante los últimos años del siglo XX. Por ese tiempo me dediqué a investigar si acaso a los años 2000 no se los iba a denominar anteponiendo la conjunción "del", como creyendo que apartir del Y2K cada unidad de 12 meses comenzaba a tener más importancia que los vetustos 90's a los que se les podía dar una denominación con menos entidad. Y entonces a partir de ese 1ro de enero, sería EL 2000, y no ya 2000 a secas. Sin embargo con el tiempo todo se normalizó, y aquella creencia de que de repente todo iba a cobrar más vida, más importancia, que se iba a salir de la monotonía de la sucesión estúpida de años terminó siendo solo un idea trasnochada de mi propia década del 90. (otra de mis inquietudes semánticas que todavía no ha sido resuelta es cómo denominar a la década en la que estamos "la década de los cero-cero")
Esta foto que colgué inaugura una sección en mi blog que será algo asi como
"mire la foto y tírese un pedo" un pedo de lo que cree que ve.
En enero de 2003 me encontraba bastante desbordado por las cosas que me pasaban. No habían pasado más de 3 o 4 meses desde que había conocido al primer chico con el que me había animado a dejar correr los deseos que hasta ese momento habían sido solo elucubraciones mentales para mi, solamente calamitosos recorridos por lugares áridos de mi conciencia. Conciencia que ya para ese entonces se encontraba con las parédes sudadas por la evaporación de aquel deseo innombrable. Pero en agosto de 2002 finalmente, y luego de
un viaje que aparentemente no significó nada pero que a la vez fue determinate para que hiciera EL llamado, decidí rescatar de mi agenda un teléfono que lo había estado transcribiendo de un lado a otro durante meses, el de mi futuro psicólogo. Y aca me detendo ante las miradas espantadas de uds, mis fieles compañeros de ruta, para advertirles que sí, que aún siendo casi un clishé, la ayuda tearapéutica para enfermos agudos como yo puede verse, en perspectiva, como una especie de salvación, casi como una cura mágica. Y así fue que empecé mi relación terapéutica con el Licenciado L. a quien veía todas las semanas y quien en la primera sesión me advirtió amablemente: "Si vos pensás que yo te voy a abrir la cabeza, y con un instrumento de precisión voy a extirpar la homosexualidad de tu cerebro, vas a perder el tiempo conmigo". Siempre guardando las formas respondí que no, que claro que entendía que no funcionaba así, evidentemente el tipo me había sacado la ficha en pocos minutos. Pero fiel a mi estilo pragmático y resultadista, no tardé más de dos meses en encontrarme en ese mismo espacio contándole mi primera experiencia homosexual. Y así fue que se inauguró quizás mi etapa más desbocada, pero no (solamente) desde el plano sexual, sino que más bien desde lo emocional. Una etapa en la cual me escuchaba a mi mismo decir cosas como "siento que hasta ahora mi vida la venía viviendo en blanco y negro y de repente veo todo en colores".
En esa época me movía mucho con mi grupo de amigos al que yo llamo "de la facultad", para diferenciarlos de los "del colegio", y los "de teatro" y los "unclassified" y así sucesivamente. A través de mi mejor amigo por esa época, Sebastián, me había llegado a hacer muy amigo y parte de un grupo muy copado de chicos que me habían practicamente adoptado. Ellos eran todos amigos desde la primaria, y eran (todavía son 20), y no se separan nunca. Y para mi fue bárabaro conocerlos por que eran muy salidores, muy borrachos, muy divertidos, y por sobre todo muy misóginos, en el sentido que en sus grupos nunca había ninguna Novia. No no, la mujer siempre para ellos estuvo en el lugar del objeto sexual, y era visto con ojos de reprobación que alguno de ellos repita una mina de una noche a la otra. Con lo cual esto me venía realmente muy bien a mi, que no me sentía realmente cómodo en mis demás grupos en los que cada vez más asistía a reuniones de "parejas" que envejecían de repente 10 años y hacían reuniones que parecían las de mis padres comentando sobre las pequeñas delicias de la vida conyugal.
Este verano de 2003 fue una mezcla explosiva, laburo en firma multinacional, a la vez dejar stand-by una carrera para probar a meterme en el conservatorio, primeras salidas con chicos como ya dije, todo junto, todo junto. A la vez durante estos meses un poco explosivos me había tomado el meticuloso trabajo de "convocar" uno por uno a aquellos amigos más cercanos y que más quería por esa época, para comunicarles, birra de por medio, mi decisión de ser gay. Mi necesidad de comunicarlo, de transmitirlo era tal que me obligaba a escupirlo todo para afuera, como si fuera un virus, como quien padece de una enfermedad contagiosa que lo primero que hace al conocer a alguien es decirle, "te advierto que tengo esto", como una gran adevertencia de "Achtung". Y entre otras cosas mi objetivo era resolver todas estas cuestiones "burocráticas" de comunicar lo que tenía que comunicar a la gente con la que más me veía, y luego seguir adelante con mi vida tal cual, viendo a la misma gente, frecuentando los mismo lugares, en definitiva, obligandome a ser "el mismo de siempre" (aunque sin tener muy en claro quién era en realidad) . Luego vendría la bajada a tierra de todo esto, la comprehensión de que la magnitud del cambio tan esencial no podía ser falsamente cubierto con una ficción de que "acá no pasó nada".
Pero eso vedría después.
Acá todavía quería seguir siendo aquel pendejo caprichoso que siempre fui, y Pinamar parecía un lindo destino para ir de a 15, empezando a chupar birra desde el viernes a las 18 y seguir hasta el domingo a las 17. De eso se trataban esas salidas con ellos, y esta foto retrata lo que queda de nosotros luego de una noche de Ku, donde a falta de lugar donde dormir, y ya entrada la mañana, avistamos un colchón, seguramente en óptimas condiciones para nuestro estado, y decidimos echarnos arriba de él en un bosquecito de pinos0. Este, tanto como otros viajes con ellos también (una ida a Rosario a ver a River! y un trip a Córdoba muy groso), representan momentos que atesoro como muy divertidos, y que me ponen en la encrucijada de no saberme definir por el placer o displacer. Es dificil, y tienen que ver con algo recurrente en mi historia, y hasta en mi situación actual; eso que siempre me hace oscilar entre lo uno y lo otro, lo blanco y lo negro, esos extremos con los que coqueteo, en los que siempre me pregunto si disfruto genuinamente de todo eso, o si, por el hecho de que en algún punto estoy solamente "coquetenado" con ese estado, acaso no queda invalidada toda sensaciónb de placer o breve felicidad, por el hecho de estar viciada de entrada.