Durante mucho tiempo fue algo así como mi pieza de teatro clásico de cabecera, y amaba interpretarla en cuanta oportunidad tuviera. Varias grupos de teatro fueron testigos de mi afán por decir ese texto de una manera muy sufrida, un tanto exagerada. Algunos espectadores habrán pensado "mirá como sufre". Muy a lo Alfredo Alcón. Es un monólogo de Doña Rosita La Soltera que me gustaba hacerlo mío.
Aquel que dice algo así como: "...Y hoy se casa una amiga y otra y otra, y mañana tiene un hijo y crece, y viene a enseñarme sus notas de examen, y hacen casas nuevas y canciones nuevas, y yo igual, con el mismo temblor, igual; yo, lo mismo que antes, cortando el mismo clavel, igual..."
Cuando lo hacía, siempre sentía muy dentro mío que salía desde un lugar de fatalismo exacerbado por lo que creía, no podía dejar de esperar del futuro. Una especie de búsqueda forzosa por el sufrimiento futuro, fatal e insoslayable, al que me suscribí durante varios años.
Claro que también coincidía entonces con una idea muy simplista mía de ver el mundo. Aquella por la cual me creía inmune aún de los avatares que me esperarían al momento de reconcerme homosexual, solo por el hecho de que la adolescencia, según creía, me otorgaba un plazo de gracia hasta que las exigencias, compromisos y deberes patriarcales que rodeaban las expectativas que yo mismo esperaba fueran esperadas, se tornaran impostergables.
Claro que luego todo fue decantando en cosas mucho mas tangibles. Y la identidad va haciendo caer por su propio peso a los miedos y preconceptos. Suena obvio pero es maravilloso cuando estaos caen, por que, como decían algunos en la jerga del rugby, cuanto más pesados más duro caen. Y entonces cuando ya crees que ni siquiera podés decirlo entero sin olvidarte la letra, finalmente sucede lo que durante aquel tiempo te aterraba. Y hoy se casa un amigo, y otro. Y a mi me resbala.