Se me ocurrió una historia bizarra, o nefasta o como la quieran llamar no se, al menos es "rara". A propósito de los casamientos gay en españa -- no, no voy a dar mi opinión al respecto por que la verdad es que me tienen sin cuidado, digamos que yo todavía estoy en la etapa de ver si puedo o no entablar una relación, de ver si puedo pasar más de un par de semanas con alguien, si puedo si quiera compartir algo que sea más que unos instantes de sexo, poco me puede importar el casamiento. -- Pero de todas maneras me voy a referir al tema (JA!). Me puse a pensar en algo que me había dicho el pajaro el otro día, una teoría que sostiene que uno se enamora real y profundamente de solo 3 personas a lo largo de su vida. Me pareció bastante coherente la estadística. Y en seguida empecé a hacer cuentas, de tal sí, de tal no, de ese tampoco, tampoco, nahh, ni cuenta, ah ni me acordaba de ese, si pero no... y me di cuenta de que ya voy uno. Digo, que ya quemé uno de los cartuchos. Pensé que eran dos, pero para ser sincero, fue solo uno. (¡qué suerte no!) Y hoy se me ocurrió una cosa bien retorcida, bah se me ocurrieron dos cosas. Lo primero fue que me di cuenta de que mi mecanismo de vivir en consecuencia a las expectativas de los demás ha comenzado a operar a través de este blog. Al comienzo escribía sin pensar absolutamente en nada pero al ser más leido hoy me encontré bajando del colectivo pensando "bueno pero si pongo esto se va a interpretar como que...." y ese tipo de elucubraciones. Este es uno de mis grandes temas tearapéuticos con lo cual cuando me encuentro cayendo en ese tipo de argumentaciones me suenan varias alarmas. Sí, claro que hay que tener cierta autocensura pero como lo mio ha llegado en algunos casos a tener características patológicas me veo casi obligado a hablar sin tapujos y a "calzón quitado" (expresión que usábamos con enrico cada vez que en un acto de valentía durante nuestra tierna adolescencia nos referíamos a temas que tocaran solapadamente el tema gay, que se encontraba bien guardado en un armario casi apolillado).
La segunda cosa, la bien retorcida que les prometí al principio, fue que mi único amor verdadero, amor por el cual realmente sufrí, por el cual hubiera dado todo todo todo, fue por un chico, por un chico heterosexual. Lo cual resulta muy problemático y frustrante; el lector sabrá apreciar las dificultades que conlleva una caso de tales características -- Alber Camus en El Extranjero recurre constantemente a este recurso solidario con la sentencia:
sabrán comprender durante el juicio a su antiheroe --. Y etnonces empecé a imaginar que yo terminaba viviendo en España, con un pasaporte comunitario. Y él, ignorando el amor que yo secretamente le profesaba, desesperado por tener un futuro, por ser "alguien", inmerso en un medio cuya movilidad ascendente implica la emigración, decide que tiene que
irse afuera. Por que acá no pasa nada, por que acá no hay futuro, por que allá es otra cosa y demás argumentos tan poco comprobables y a la vez tantas veces invocados por quienes se toman el buque. Yo ya me había abandonado a la vida sedentaria en alguna oficina de madrid, y lejos quedaba ya el recuerdo de este amor que tanto me había marcado. Él, cada vez más convencido de que su futuro estaba en la península comienza a darle forma a su sueño pero se topa con un obstáculo para nada insignificante. Aquello que había sido el orgullo de sus antepasados, aquello que lo hacía figurar en las guías de alcurnia de buenos aires y que le otorgaban un lugar no menor en la historia de los caudillos de la patria, la sangre azul; ahora le negaba la posibilidad de deshacerse tan facilmente de su nacionalidad. Y entonces así termina esta historia tan fantásticamente imposible y digna de una adolescente fan de floricienta: los dos amigos casados por conveniencia y yo, como siempre, conformándome con aquello tan pequeño y tan fugaz, acaso una chispa entre dos nadas, pero que siempre fue suficiente para mi.